Tenía ganas de desconectar un fin de semana y hacer algo de turismo de interior. Segovia fue la cuidad elegida. Cámara y maleta, una en cada mano. Ave con destino Madrid. Unas horas para coger la energía de la capital y al día siguiente Madrid-Segovia.
Segovia se visita en apenas un día. Como atractivo turístico destacan sin duda, el acueducto del s. II d.C que cruza la plaza y el Alcázar, que primero fue fortaleza, luego palacio real, prisión de estado, Real Colegio de Artillería y Archivo Histórico Militar. Las vistas desde la torre dejan ver la catedral de Segovia y gran parte de la parte histórica y barrio de la judería a sus pies.
Como atractivo gastronómico por excelencia: los judiones y el cochinillo. Hubo que probarlos. Nosotros en concreto comimos el cochinillo en el restaurante José María previa reserva. Estaba en su punto, ni que decir tiene que lo cortaron con un plato y nos lo sirvieron. Delicioso.
Tenemos por costumbre comprar algo típico del sitio donde viajamos para traer a Zaragoza y cocinar en casa. Fue un acierto entrar en una pequeña tienda local a comprar judiones de la Granja de San Ildefonso. La mujer que nos atendió nos recomendó los que ella considerada mejores aunque yo por el packaging hubiera sido los que no hubiera comprado. Jamás. Nos explicó los trucos para cocinarlos y nos contó la historia de esta comida típica de Segovia, y es que antes, únicamente se usaban estas legumbres para alimentar a los animales.
Aprovechando el sol de Enero, tomamos un café en la terraza de Juan Bravo en la plaza Mayor Pagamos el café a doblón. Un café cortado y uno doble casi 5 euros. Igual me estoy quedando atrás en la vida moderna, pero me pareció caro para ser Segovia.
Con las pilas cargadas de cafeína y con ganas de recorrer las calles de Segovia descubrimos rincones con encanto. Estaba atardeciendo y la luz era preciosa.
Os dejo parte de las fotos que resumen el fin de semana.